lunes, 28 de febrero de 2011

Las Siete maravillas del Perú



EL PERÚ Y SUS MARAVILLAS


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SITUACIÓN GEOGRÁFICA
 

El Perú es uno de los focos de atracción cultural mas importantes del planeta. En el marco de un paisaje presidido por la imponente cordillera de los Andes, en cuyas alturas nacen torrentosos rios que van a desaguar al Pacifico, o que descienden hacia el Atlantico a traves de la exhuberante selva amazónica, surgieron grandes civilizaciones, de las que ha quedado un rico patrimonio arqueológico, y cuya evolución alcanzó su apogeo con el pueblo inca. 
Fue con los incas, precisamente, que un puñado de soldados españoles, llegados a estas tierras sub-ecuatoriales movidos por el afan de aventuras y atraidos por los ecos de un imperio de fabulosas riquezas, libraron un epico combate, cuyo resultado seria el nacimiento de la nueva y magnifica nación peruana. 
El Peru moderno, surgido de la conquista y la colonización española, se ha organizado institucionalmente como Republica. Su territorio cubre una extensión de 1'285,216 km2. 
Limita al norte con el Ecuador y Colombia, al este con Brasil y Bolivia, al sur con Chile y Bolivia, y al oeste con el oceano Pacifico. 
Cuenta con una población de mas de 26 millones de habitantes, que hablan el castellano, el quechua, el aimara y otras lenguas indigenas. 
Esta dividido en 24 departamentos y una provincia constitucional. Lima; la capital, Arequipa, Trujillo, Chiclayo, Huancayo, Piura, Cuzco y Chimbote son las ciudades principales
En 1988 se inició una regionalización administrativa que, sin anular las demarcaciones departamentales constituyó por votación popular doce gobiernos regionales; este proceso ha sido interrumpido con la promulgación de la Ley de Descentralización (1997), que establece los Consejos Transitorios de Administración Regional y plantea la conformación gradual, a iniciativa ciudadana, de nuevas regiones que sustituyan a las ya existentes. 
LAS REGIONES FISIOGRÁFICAS 


Las Siete Maravillas del Perú son:




  • Las Lineas de Nasca: Las líneas de Nazca se encuentran en las Pampas de Jumana, en el desierto de Nazca, entre las poblaciones de Nazca y Palpa (Perú). Fueron trazadas por la cultura Nazca y están compuestas por varios cientos de figuras que abarcan desde diseños tan simples como líneas hasta complejas figuras zoomorfas, fitomorfas y geométricas que aparecen trazadas sobre la superficie terrestre.
    Desde 1994 el Comité de la UNESCO ha inscrito las líneas y geoglifos de Nazca y de Pampas de Jumana como Patrimonio de la Humanidad.1 Sin embargo, en los últimos años han sufrido graves daños por la construcción de la autopista panamericana y las rodadas de todo terrenos.
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  • El lago Titicaca: El lago Titicaca es un cuerpo de agua ubicado en la meseta del Collao en los Andes Centrales a una altura promedio de 3.812 msnm entre los territorio de Bolivia y Perú. Posee un área de 8,562 km² de los cuales el 56% (4.772 km²) corresponden al Perú y el 44% (3.790 km²) a Bolivia y 1.125 kilómetros de costa;su profundidad máxima se estima en 281 m y se calcula su profundidad media en 107 m. Su nivel es irregular y aumenta durante el verano austral
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Está formado por dos cuerpos de agua separados por el estrecho de Tiquina, el más grande situado al norte es denominado lago Mayor o Chucuito tiene una superficie de 6.450 km², estando en esta parte su mayor profundidad (-283 m), cerca de la isla Soto. El otro cuerpo más pequeño llamado Menor o Huiñamarca situado al sur tiene una superficie de 2.112 km², con una profundidad máxima de 45 metros.

El Lago Titicaca se encuentra entre las cordilleras andinas en una gran cuenca (alrededor de 22 400 kilómetros cuadrados - 58 000 kilómetros cuadrados de superficie.
Es el lago navegable más alto del mundo y el segundo lago más grande de Sudamérica después del Lago de Maracaibo en Venezuela.
  • Ciudadela de  Markahuamachuco : La ciudadela de Marcahuamachuco, está situado al oeste de la actual ciudad de Huamachuco, tuvo enorme importancia económica y militar. Según las leyendas, ahí reinó el curaca Tauricuxi, bajo la tutela de su dios Atagujo, desde donde dominaron el valle andino.
    Amanece en los andes liberteños. En la plaza de armas de Huamachuco, un viento helado nos golpea el rostro, mientras nuestra habitual casera nos prepara un vaso de emoliente. Niños y adultos circulan de un lado a otro dirigiéndose a sus quehaceres diarios mientras sigo esperando al resto de compañeros que nos guiarán en nuestra visita a la impresionante fortaleza de piedra de Marcahuamachuco.



  • Ciudadela de Chan Chan : Chan Chan esta ubicada en el valle Moche, departamento de La Libertad, a las afueras de la ciudad de Trujillo, región esta que ha estado contínuamente habitada en los últimos 12.000 años.
    Este importante sitio arqueológico, cuyo nombre significa "sol sol" en antiguo lenguaje Mochica, se expande en un área de 20 kilómetros cuadrados (7.7 millas cuadradas) y fué construído utilizando arcilla, piedras, barro, paja y caña, lo que la constituye en la ciudad de adobe más grande de las Americas en tiempos pre-Hispánicos.

Chan Chan. Peru.


  • Bosque de Piedras de Huayllay : Este bosque geológico es considerado el más grande del mundo. Sus enormes piedras y rocas erosionadas tienen 70 millones de años de antigüedad. La modernidad no tiene cabida en este lugar. Por ello, es muy recomendable para aquellos que quieren liberarse del stress y gozar de un ambiente sin contaminación.

El bosque de piedra de Huayllay


  • Gran Pajatén:  Las Ruinas del Gran Pajatén están situadas en la confluencia de dos ríos tributarios del Abigeo y en los escarpados flancos orientales de la cordillera de los andes. El sitio se encuentra ubicado a 2,850 m.s.n.m. y comprende un conjunto de edificios que presentan sus escalinatas orientadas hacia el nor-oeste. Las coordenadas geográficas de la meseta son: 77° 17' longitud oeste y 07º45' latitud sur. Políticamente el centro arqueológico pertenece al distrito de Huicungo, en la provincia de Mariscal Cáceres, de la región San Martín, en el norte del Perú. Esta zona esta en plena selva alta y sobre una angosta y desnivelada meseta, en forma de media luna, en un contrafuerte que se desprende de las empinadas laderas de los cerros que bordean una de las Cuencas del Huallaga, por lo que el recinto se encontró cubierto por un tupido bosque tropical húmedo.
    Por el dificl acceso directo a la zona, se toma como referencia y punto de partida la ciudad de Trujillo capital de la región La Libertad, que dista del Parque Nacional de Río Abiseo aproximadamente 400 km en dirección este. Además es la ciudad que provee una mejor logística en el acceso hacia el Gran Pajatén.; por este motivo casi todas las expediciones hacia el Gran Pajatén han partido de esta ciudad.




jueves, 24 de febrero de 2011

Cuento -La Abeja Haragana

La Abeja Haragana

Autor: Horacio Quiroga


Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar. Es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana.
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Todas las mañanas, apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir y así se la pasaba todo el día, mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
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Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia, para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida, tienen el lomo pelado porque han perdido los pelos de tanto rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole: —Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó: —¡Yo ando todo el día volando, y me canso mucho!
—No es cuestión de que te canses mucho —le respondieron— sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos. Y diciendo así la dejaron pasar. Pero la abeja haragana no se corregía.
De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia dijeron: —Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida —¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron— sino mañana mismo. —Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
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Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes que le dijeran nada, la abeja, exclamó: —¡Sí, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron— sino de que trabajes. Hoy es 19 de abril. Pues bien: trata de que mañana, 20, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora pasa. Y diciendo esto se apartaron para dejarla entrar.
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Pero el 20 de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío. La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calientito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron. —No se entra —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita. —Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras —le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan —respondieron las abejas, que saben mucha filosofía. Y esto diciendo la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía, y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, al tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
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—¡Ay, mi Dios! —exclamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío!
Intentó entrar en la colmena. Pero de nuevo le cerraron el paso.
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—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño! —Es más tarde aún. —¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir!
Entonces le dijeron: —No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
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Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró, hasta que de pronto rodó por el agujero —cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella. En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que había trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
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Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por esto la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós, mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo:
—¿Qué tal abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra burlona— voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamó entonces:
—¡No es justo, eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
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—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero—.
¿Tú conoces bien a los hombres? ¿Tú crees que los hombres, que les quitan la miel a ustedes, son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes. Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reir, exclamando:
—¡Bueno! con justicia o sin ella, te voy a comer; apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo, menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien, —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. El que haga la prueba más rara, ese gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú, —repuso su enemiga— tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
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La culebra se echó a reír de nuevo, por que se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena, y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito.
Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esta prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
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¡Un momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago una cosa que no hace nadie.
—¿Qué es eso?
Desaparecer.
¿Cómo? —exclamó la culebra dando un salto de sorpresa—.
¿Desaparecer sin salir de aquí?
—¿Y sin esconderte en la tierra?
Sin esconderme en la tierra.
—¡Pues bien, hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida —dijo la culebra.
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El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda.
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La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mí, señora Culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando yo diga "tres", búsqueme por todas partes ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente: "uno.... dos.... tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie.
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Miró arriba, abajo, a los lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido. La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho? ¿Dónde estaba? No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó al fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita —salió del medio de la cueva.
—¿No me vas hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí, —respondió la culebra—.
Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: La plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de ese fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
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La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
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Nunca, jamás, creyó la abejita, que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible.
Recordaba su vida anterior, durmiendo noche a noche en la colmena bien calientita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia.
Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el Otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir, a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, si hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche.
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Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno.
A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.
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